viernes, 28 de octubre de 2011

Qué bonitas las ruinas

Fue una calurosa tarde de agosto cuando tuvo lugar para mi aquella experiencia tan agradable, aunque no por ello menos extraña.
Había asistido a una comida formal, con mis padres y unos amigos suyos, debido a que a su vez, un amigo de éstos, llamado Luis, exponía su colección de cuadros en una galería aún poco conocida (según nos dijeron, era nueva), pero que aquel día iba a atraer a los mejores críticos de arte del país.
Una vez allí, tuve la ocasión de conocer  a algunos ilustres personajes pertenecientes a diversos ámbitos del mundo de la cultura: actores (sobretodo de teatro), directores de cine, cantantes... de los que, en realidad apenas había oído hablar alguna que otra vez. Una inconsciencia, verdaderamente. Aunque lo achaqué a mi corta edad.
A pesar de todo, me sentía a gusto. Era como una de esas grandes fiestas plagadas de snobs sosteniendo diminutas copas con las yemas de los dedos que salían en las películas.
En la comida, por supuesto, no faltó el vino (no es de extrañar, además, ya que el amigo de mis padres es dueño de una bodega y un enamorado de su profesión).
No sé en qué momento se les ocurrió ir a Segóbriga, pero no fue hasta que pisé una de esas piedras romanas, cuando me creí de verdad que no formaba parte de mi imaginación -una imaginación alimentada por el vino, de sorbitos ocres y cerezas al principio y de agua de los floreros al final, que había hecho que en la comida mostrase una extraña y persistente sonrisa y una admiración hacia todo cuanto me rodeaba. Todo me agradaba -creo que hasta, con gran sorpresa, le llegué a tocar el pelo a mi madre- así que pensé, que puede que quizás hubiese propuesto yo eso de Segóbriga, pero no lo recordaba.
De modo que todos, con elegantes vestidos, corbatas y zapatos de tacón, nos encontramos medio borrachos, a las cinco de la tarde, abrasándonos bajo el tórrido sol manchego y caminando sobre caminos de tierra, pedruscos y cuestas.
Nuestra guía, una jovial mujer con el pelo corto y de unos cuarenta y cinco años, vestía ropa cómoda, adecuada para la ocasión. Definitivamente, esa mañana se despertaría pensando que simplemente era otro día más de trabajo. El amigo de mis padres, no paraba de hablarle de historia, como si el guía fuese él, y de su esposa -bendita sea- y la guía, mientras tanto, se limitaba a sonreír amablemente, con un gesto que parecía que decía: "tengo todo el tiempo del mundo" o "siempre se aprende algo nuevo de cada criatura de La Tierra". Quise abrazarla.
De repente, di un traspié y un hombre que salió de la nada -o eso me pareció- se adelantó hábilmente antes de que me cayera. Avergonzada, le di las gracias y miré hacia atrás para localizar a su hipotética familia y asegurarme de que no la perdía de vista por mi culpa. Pero estaba solo.
Era atractivo. Alto, ancho de espaldas, de tez morena y sienes plateadas.
La encantadora guía todo el rato estaba explicando la historia de aquellas ruinas romanas, desde lo que han supuesto las excavaciones en estos últimos años y que antes era mucho más pequeño, pasando por el material de las piedras, los  modos de vida y también cada cosa que veíamos individualmente. Todos le seguíamos, pero nosotros parecía que íbamos detrás de un coctel que pasa sobre una bandeja.
-¿Por qué hemos acabado aquí? - le dije al tipo de repente, cuando yo creo que ya se iba.
-Oh, buena pregunta - contestó él
-Me refiero a los que parece que venimos de una boda.
Entonces él comenzó pausadamente a hablar, como si quisiera contar algo muy bien. Me abstraje por momentos. Me sentía mal. No estaba escuchando nada acerca de romanos, sino a mis pensamientos y a aquel hombre.
Aprovechó para inventarse un sentido filosófico sobre mi pregunta inicial y me habló de cosas personales. Cuando acabó, sentí unos impotentes deseos de corresponder a su testimonio con otro de la misma índole. Y entonces le dije frases sueltas. Tenía calor y se me estaba pasando el efecto del vino. Sencillamente, quería perderlo de vista.
Comenzó a hablar de nuevo, con su tono anterior, pausado y seguro. Sonreía gentilmente y sus ojos expresaban también seguridad. Examiné su rostro (hasta ahora sólo lo había mirado someramente) y me inspiró confianza. Me sentí bien. Sentí una especie de extraña protección. De pronto dijo:
-La verdad es que es una pena perderse una maravillosa explicación como esta sobre una época también maravillosa.
Me molestaron un poco esas repentinas palabras, cuando ya le estaba cogiendo el punto al tipejo.
-Bueno, creo que lo más importante es verlo. Piense que la historia se puede buscar después -concluí, con unas crecientes ansias dentro de mi de que continuara con su lento discurso de antes. Tras unas vacilaciones, por fin lo hizo:
"Piensa una cosa, ¿acaso uno puede quedarse mirando al cielo toda la vida? Imagina que yo una noche saco una silla a la calle, me siento en ella y alzo la vista hacia el cielo negro y las estrellas, esperando ver pasar un meteorito. ¿Acaso tiene alguna lógica? Quiero decir, sería estúpido. Tanto tú como yo sabemos que ese meteorito no va a pasar... ya no sólo por su remota o nula probabilidad, sino porque lo habrían anunciado convenientemente. Y mi pregunta es: ¿qué podrías haber estado haciendo mientras has estado mirando tontamente al cielo?" <<Mirar otra cosa>> pensé, absorta y totalmente metida en su discurso.
-No perder el tiempo -respondió.
Sentí la ansiedad de cuando se quiere comunicar a todo el mundo algo que a ti te parece un grandioso descubrimiento. Y al mismo tiempo, sentí pena al pensar que ese efecto que tuvieron todas sus palabras en mi, esa bofetada a mis sueños dormidos, se iba a perder, a disipar, a olvidar pasadas unas horas y, como agarrándome a un clavo ardiendo, pensé, compulsivamente: tiempo, tiempo, tiempo, tiempo, tiempo, tiempo, tiempo...

2 comentarios:

  1. Maldita hija de perra. Me angustias. El paso del tiempo es una de mis preocupaciones místicas. aggh tendré que tirarte por un precipicio

    ResponderEliminar
  2. Tiempo, tiempo... y un largo etc de tiempo que pasa sin darnos apenas cuenta. Ains! bendito tiempo!
    En estos momentos me gustaría para el reloj y que no corriera maaaaaas! arg! que ansiedad repentina!
    Que no falte el vino en todas tus reuniones, querida.

    ResponderEliminar